San Cristóbal. Gráfica: Said Cárdenas CNP 13868 @saidmoanack

Por Julieta Cantos.
 En mi artículo anterior señalaba sobre la necesidad urgente, de ir generando  cambios en nuestra forma de vivir, de consumir, de relacionarnos, y de actuar corresponsablemente en este nuestro mundo globalizado. Hablamos de que los cambios tendrán que ser radicales, y proponíamos aprender a actuar con prudencia y sabiduría, señalando que la pandemia del Covid-19 es una demostración de la interconexión planetaria, y de cómo debemos intentar de manera seria y responsable, resolver los conflictos de un modo vinculante.
Las decisiones que se toman a lo largo de nuestras vidas, tienen por supuesto consecuencias. Y eso reafirma el hecho de que toda moneda tiene dos caras. Lo positivo y lo negativo forman parte de una misma cosa: la totalidad. La cada vez mayor  necesidad de ir desarrollando niveles de consciencia para entender que debemos aprender a observar las situaciones, como un todo, para lograr ser el conocimiento, en lugar de la reacción. Y aunque los párrafos escritos hasta ahora se leen y se sienten racionales, conceptuales, serios, no es esto de lo que se trata esta entrega de mi pasión por el Táchira.
Lo cierto, es que este mi artículo de hoy, es un artículo lleno de alegría, de esperanza, de amor incondicional. Definitivamente amo a mi país: Venezuela. Amo la ciudad que habito: San Cristóbal. Amo su gente. Amo nuestra forma de ser: sensata, consciente, anárquica, desubicada, amorosa, contradictoria, solidaria, alegre, guerrera.
Y para concatenar con mi argumentación sobre las decisiones, entre las decisiones importantes de mi vida, ha sido permanecer en Venezuela. Fue escoger -debido a Jorge mi marido-, para desarrollar mi vida adulta, a San Cristóbal. Haber aprendido a amarla desde sus raíces, a su gente, su gastronomía, sus paisajes, su todo.
En esta primera semana de cuarentena, todo lo que veo a mi alrededor es sensatez, inteligencia, consciencia. Acatamiento de las disposiciones sanitarias: acuartelamiento en las casas, santa marías comerciales, educativas, e industriales…abajo, solo expendios de alimentos y medicinas abiertos, cero instituciones bancarias… paradójicamente eso ha significado menor carga eléctrica, lo cual ha permitido que en plena sequía y crisis energética, hayamos tenido mejor abastecimiento en los servicios de luz y agua, en nuestras casas, haciendo más llevadero el confinamiento. Los sonidos de la ciudad cambiaron. Se oye menos ruido y más «música».
La gente que circula por necesidad de suministros, anda despacio, sin prisa, cautelosa, con mascarillas de todos los tipos, desde las compradas -la minoría-, hasta las muy diversas de confección casera.
Pero la guinda en mi descarga emotiva, fue un texto que me envió mi querido y respetado amigo, artesano, juguetero, músico y casi médico, Mario Calderón. Aquel que cree en el oficio de hacer juguetes, en un mundo maltratado por las guerras, los desmanes ecológicos y el egoismo, como un acto de rebeldía al ofrecer un pedazo de sueño, imaginación y ternura, a través de sus obras mágicas…y el texto dice así:
«Y la gente se quedó en casa.
Y leyó libros y escuchó.
Y descansó y se ejercitó.
E hizo arte y jugó.
Y aprendió nuevas formas de ser.
Y se detuvo.
Y escuchó más profundamente. Alguno meditaba.
Alguno rezaba.
Alguno bailaba.
Alguno se encontró con su propia sombra.
Y la gente empezó a pensar de forma diferente.
Y la gente se curó.
Y en ausencia de personas que viven de manera ignorante.
Peligrosos.
Sin sentido y sin corazón.
Incluso la tierra comenzó a sanar.
Y cuando el peligro terminó.
Y la gente se encontró de nuevo.
Lloraron por los muertos.
Y tomaron nuevas decisiones.
Y soñaron nuevas visiones.
Y  nuevas formas de vida.
Y sanaron la tierra completamente.
Tal y como ellos fueron curados».
(K.O’Meara – Poema escrito durante la epidemia de peste en 1800)
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