La profunda crisis económica que atraviesa Venezuela está imponiendo obstáculos cada vez más desafiantes a los jóvenes que buscan continuar sus estudios superiores. La situación se agrava especialmente para aquellos estudiantes que provienen de otras ciudades, quienes enfrentan dificultades adicionales para acceder a alojamiento y transporte.
Las residencias estudiantiles, dolarizadas y fuera del alcance de muchos, se convierten en un lujo inalcanzable para la mayoría de los estudiantes. Maydelmar Guillén, estudiante de quinto año de Comunicación Social en la Universidad de los Andes, es un claro ejemplo de esta realidad, «apenas logro costear la residencia y los gastos de comida», explica con resignación.
La situación se agrava aún más con el cierre del comedor universitario y la suspensión de las rutas de transporte ofrecidas por la institución. «Desde que inicié mis estudios, éstas opciones ya no estaban disponibles», lamenta Maydelmar.
La reducción de las asignaciones presupuestarias a las universidades por parte del Estado ha sido determinante en el deterioro de las condiciones de estudio. Desde 2016, la Oficina de Planificación del Sector Universitario solo destina recursos para gastos nominales y básicos de infraestructura, dejando de lado aspectos fundamentales como el mantenimiento de las instalaciones y el apoyo a los estudiantes.
El deterioro sostenido de las instituciones educativas ha generado un ambiente de frustración y desánimo entre los estudiantes, quienes ven amenazado su futuro profesional y sus sueños de superación. La falta de acceso a servicios básicos, la precariedad de las condiciones de estudio y la imposibilidad de cubrir sus necesidades básicas son solo algunos de los retos que enfrentan a diario.
Kailyn Mora / Pasante ULA